El viernes pasado fui a esperar un bus a Pontedeume para que me llevara a Vigo. Estuve un buen rato esperando con 7 personas más a que llegara y cuando por fin apareció, venía bastante lleno además de ser un bus de la posguerra. Me subí de última, ya que la gente siempre tiene mucha prisa por subir. Después de haberme cobrado 14,70 € y cuando estaba a punto de arrancar, me encuentro con que todos los que nos habíamos subido estábamos sin asiento. Miré para uno de los chicos que estaba de pie y me dice: "es que no hay sitio, vamos a tener que ir de pie". Me acerco al conductor, le comento lo que pasa y se echa las manos a la cabeza, para el bus y nos dice: "mira, os devuelvo el dinero y os bajais". El resto de la gente se queda callada, algunos asienten y se disponen a recoger sus pertenencias que habían dejado por el suelo. Es cuando ya me caliento de todo y le digo: "mire, yo no me bajo" y me dice el busero: "pues vas de pie hasta Santiago". Me entró la risa y automáticamente me empecé a sentir poderosa. Le dije que no me bajaba de ninguna manera y que yo no iba de pie a ningún sitio, que me había vendido un billete, que aunque no me lo hubiese vendido era un servicio público y que tenían que tener una previsión de los asientos que ocupaban y que o me llevaba a Vigo o les ponía una denuncia y que si se le ocurría llevarnos de pie, llamaba a Tráfico desde el mismo bus.
El conductor, cambió de color varias veces, impotente supongo y terminó por llamar a la estación de buses a Ferrol. Allí, alguna persona resolutiva e inteligente le dijo que nos facilitase unos taxis hasta Santiago. Si yo no abro la boca, o nos quedamos en tierra o vamos en el pasillo todo el viaje. Cuatro de las personas que iban de pie, iban hasta Santiago y cuatro íbamos hasta Vigo. Nos dividimos en dos taxis y nos fuimos a toda leche a Santiago para coger ese mismo bus allí cuando dejase gente. En el taxi donde iba yo se subió un matrimonio mayor, con su nieto. El niño se había zampado una bolsa de gusanitos y nos atufó el viaje con aroma de maiz inflado. Llovía y no se podía abrir la ventanilla. Llevaba una botella con peces de colores que tuve que ir viendo cada rato para que el niño estuviese contento. Él y su abuela, no se si por el olorcillo a gusanitos, no se daban cuenta que los peces olían a perro muerto. Me contó el niño todos los nombres y hazañas de los principales protagonistas de Pressing Catch y todo lo que iba a hacer ese fin de semana. Me parecía muy fuerte ponerme a escuchar el mp3, no quería quedar de maleducada. (Que considerada soy en situaciones extremas).
LLegamos a Santiago, me subí al bus y me senté en un asiento enorme para mi solita cuando vino una tía a sentarse a mi lado (en ese momento el bus ya no llevaba tanta gente y podía ir ella sola, pero no, tuvo que venir ella, con su mochila enorme, su enciclopedia y su paraguas a dar por saco). Cuando vi que se bajo en Pontevedra, después de haber venido "roncando" desde Santiago (cuando digo roncando me refiero a roncar literalmente, emitir el típico ruidito) me dio el corazón un vuelco de alegría pero se me acabó pronto porque vino otra chica a ocupar su lugar.
A todo esto, aún con el mp3 puesto, oía la conversación telefónica de la chica que venía detrás. A la gente le encanta hablar de sus cosas a voz en grito para que creas que son importantes y no saben que cuando firman un contrato están firmando una cláusula de confidencialidad con su empresa en la que consta que no pueden hablar de temas de trabajo ni de clientes donde no corresponda.
La última chica que se sentó a mi lado, tenía, yo creo, una deficiencia, o al menos eso parecía por la expresión de su cara y la torpeza de sus movimientos. Se dedicó a mirarme sin cesar, los casi treinta minutos que separan Pontevedra de Vigo. Había un paisaje precioso fuera, pero debía de resultar más interesante mi cara. Una tarde completita después de haberme levantado ese día a las 6 de la mañana. Podía haberme ido en mi coche, pero el gasto en autopista y gasoil es mucho mayor y qué sería de este blog sin estas cosas...